Voseame que me encanta

Voseame que me encanta

Sin ánimos de poner en dudas el fanatismo de Antonio de la Rúa por el tango, lo del bandoneón como símbolo que conmueve a lxs argentinxs es bastante discutible. Pero por otro lado, detrás de lo que le dice Shakira a su por entonces pareja, hay algo incuestionable: el uso de “vos” es asociado de manera casi instantánea con la región del Río de la Plata y más específicamente con Argentina.

Lo cierto es que el voseo se da en aproximadamente dieciséis países más, todos situados en el continente que, casi en su totalidad, fue desde el siglo XV una gran colonia del reino de Castilla y Aragón. Aunque a algunxs no les quede claro cuándo se debe usar por sus connotaciones diversas a lo largo y ancho del mapa, si hay algo incuestionable, es que el “vos” es mucho más viejo de lo que “usted” se imagina.

Lxs romanxs ya lo empleaban en el siglo IV como la manera propia de dirigirse a una persona de mayor jerarquía y siglos más tarde, todavía en su juventud, fue embarcado con destino a lo que hoy conocemos como “América” donde el castellano y el catolicismo fueron impuestos a lxs habitantes nativxs. Sin embargo, en el siglo XVI, comenzó a usarse “usted”, la forma corta de “vuestra merced”, por lo que “vos” fue, de a poco, dejado atrás como el pronombre formal por excelencia. El cambio se instaló rápidamente en regiones como la del actual México donde el contacto con Europa y sus novedades era frecuente, pero en algunas regiones del cono sur y América Central siguió reinando el “vos”, pese a la insistencia de lxs “bien habladxs” de que eso era cosa del pasado. Misma insistencia con la que la colombiana Shakira debe haber intentado corregir a su novio quien, a pesar de tantos años en el exterior, “aún” sigue voseando. Y es que, básicamente, eso trataron de hacer reyes y academias inútilmente por siglos: insistir en la necesidad de erradicar el “vos” para darle lugar a “usted” como único pronombre formal.

Si bien se sabía que existían formas nuevas, lxs colonizadorxs nacidxs en tierras colonizadas tardíamente habían aprendido otro castellano, uno más viejo, en el que solo existían “vos” y “tú”.  Este último pronombre, el reproche lingüístico de Shakira a Antonito, se reservaba exclusivamente para vínculos muy íntimos. Hasta nuestros días, “tú” sigue manteniendo el estatus de pronombre informal estrella en países como España y México, por ejemplo, pero en países como Argentina o Uruguay, le toca, mal que le pese, compartir el podio con “vos”. Sí, en el español rioplatense, finalmente adoptamos “usted” para las situaciones formales, pero decidimos convertir el “vos” a la informalidad.

El que sacó el tercer lugar en Argentina fue el “tú” que si bien no constituye un rasgo del español “general” de esa región, tiene presencia en las provincias del norte del país, usualmente combinado con “vos”, o en centros urbanos con alto porcentaje de población migrante. Y como en un país autopercibido “blanco y europeo” la población migrante de países limítrofes se encuentra marginalizada, el uso de “tú” genera ciertas representaciones negativas en el imaginario popular. Excepto cuando se trata de escribirle un posteo de Instagram al quinto amor de la vida o a la hija que se acaba de recibir: en redes sociales, podemos ver cientos de textos tuteantes recién salidos del horno de Google. Sucede que quienes proponen la existencia de un “buen español” solo producen y legitiman doblaje, literatura y material de estudio que tutee. “No sé. Suena más lindo, más poético” dijo una persona voseante al ser consultada por qué le dedicó a su pareja un “Eres el amor de mi vida” en lugar de un “Sos el amor de mi vida”. Y sí, tantos siglos bastardeando al pobre de “vos” tuvieron cierto éxito.

Mientras escribo esto, veo la marca en rojo del corrector de Word advirtiéndome que “esforcés” y “sos” son incorrectos. Word me marca un error y yo debería corregirlo, porque si Word lo dice entonces debe estar mal. Debería cambiar “sos” por “eres” y aunque no me suena como algo que yo diría habitualmente, tengo que acatar la orden y así, alejarme cada vez más de la forma real en la que me comunico con otrxs. La lengua que hablo me pertenece, pero seguramente Word sabe más que yo sobre ella, ¿verdad? De la misma forma que más sabía mi profe de Lengua de la escuela quien nos hacía memorizar el paradigma verbal de “vosotrxs” –solo usado en España–, pero jamás incluyó “vos” en la lista de pronombres. Misma profesora que cuando se dirigía a mí, usaba “vos” con total naturalidad. Es que si de uso oral se trata, no hay ninguna limitación a la hora de vosear, pero el “vos” sigue siendo considerado algo por fuera de la norma, una cuestión marginal que no debe “contaminar” la escritura o el habla formal.

Y es eso lo que tenemos en común argentinxs y, por ejemplo, peruanxs voseantes: sabemos que hay algo que está un poco mal en “vos”. Sin embargo, las connotaciones que su uso genera varían de país a país. En Perú, por ejemplo, el uso de este pronombre se da en comunidades de hablantes de zonas rurales, normalmente campesinxs e indígenas y, en su mayoría, analfabetxs. Por lo tanto, podemos asumir que para unx periodista que trabaja en la televisión limeña el uso de este pronombre es percibido como no deseable para el ámbito en el que se desarrolla, un ámbito históricamente elitista y blanco. Al igual que esxs peruanxs viendo tele después del trabajo, quienes voseamos no nos sentimos muy identificadxs con lo que escuchamos ahí o con lo que leemos en libros de poesía y redes sociales. Pero no todo son malas noticias: en la región del Río de la Plata, estamos asistiendo, de un tiempo a esta parte, a una paulatina reivindicación del “vos”. Ahora, lo escuchamos en medios de comunicación y lo leemos escrito en todas las publicidades tanto del gobierno como de algunas empresas privadas que pretenden captar la atención del público local. Ya no se siente una tan poco culta al escribir textos voseantes como quizás sí se sentían –y se sienten—lxs hablantes de generaciones anteriores a quienes se les exigía el tuteo en las escuelas. Ahora, muchxs viajamos por el mundo y ya no usamos “tú” para que nos entiendan otrxs hispanohablantes. “Vos” y nosotrxs de la mano ahora andamos por el mundo como Eneas y Benitín o como Shakira y Antonito allá por los gloriosos años 2000.  

Tras su separación de Gerard Piqué en 2022, los rumores de que Shakira habría vuelto a vincularse con Antonio de la Rúa circulan por redes sociales y muchos diarios online. Debo confesar que a una parte de mí, le gusta creer que eso es verdad y hay quienes dirán que es porque soy una nostálgica, pero más bien es porque me encantaría que Shakira lanzara una reversión de Día de Enero, la canción que le dedicó a Antonito allá por 2006. Eso sí, esta vez, Shakira debería reconquistarlo con una canción completamente voseante. Vamos, Shakira, voseame que me encanta. 

Tomo un mate, luego existo

Tomo un mate, luego existo

*por Alba Fernández

¿Qué tiene de especial esa “cosa rara” que toman lxs argentinxs?

Junto con el dulce de leche y el tango, el mate forma parte del starter pack para ser unx verdaderx argentinx y si bien el país del fin del mundo no puede reclamar su autoría ni mucho menos su custodia, ocho de cada diez argentinxs aseguran tomarlo de manera frecuente.

Suena la alarma por tercera vez y me levanto. Entredormida, voy directo a la cocina para poner la pava al fuego. Aunque la clásica de metal viene perdiendo terreno frente a la eléctrica, en casi todos los hogares donde se toma mate, hay una pava. Es más: en países como Argentina, la pava eléctrica tiene un dibujito de un mate entre sus opciones de temperatura (no vaya a ser que alguien cometa el terrible error de hervir el agua o de sacarla y ponerla en el termo antes de tiempo).

Me cebo el primer mate y es recién entonces que puedo abrir la computadora y empezar a trabajar. Antes, no. Sería imposible no solo por la necesidad que tiene mi cerebro de consumir cafeína –o mateína para algunxs–, sino porque ¿de qué otra manera es posible inaugurar la jornada si no es a partir de ese primer sorbo? En realidad, no importa la hora del día que sea porque tomar un mate está siempre permitido, pero hay algo de especial en el primero de la ronda, ya sea esta compartida o individual: es un ritual de apertura.

Por ejemplo, hay quienes dirán que se debe a nuestra impuntualidad latinoamericana, pero en reuniones y clases entre argentinxs, el comienzo se da únicamente después de la entrada triunfal del termo humeante a la sala por lo que todo retraso queda debidamente justificado. O en una conversación de a dos, el primer mate concede el permiso de preguntarle a la otra persona: “che, y vos, en serio, ¿cómo estás?” Antes de eso, se habla de puras cosas banales como el frío o el precio de la yerba que subió de nuevo.

Durante mis años viviendo en Estados Unidos, me preguntaban muy seguido: “What is something typical from Argentina?” Como contestar algo que generara polémica no era un lujo que mis habilidades lingüísticas y yo pudiéramos darnos en ese momento, respondía que el mate, esa especie de té que se toma con bombilla y que, claro, sí, Messi siempre lleva con él en las fotos. Del otro lado, mi respuesta era siempre recibida con calidez porque eso era exactamente lo que en Wikipedia decía sobre mi país y además, porque qué cosa tan pintoresca –o “étnica”– ese vasito con bombilla, ¿no?

Termo, mate, bombilla, yerba –pronúnciese con acento rioplatense—y hierbas –he aquí la razón–. Todo listo. Ah, casi me olvido: azúcar, edulcorante, miel, cascaritas de naranja, leche, café, jengibre, limón o hielo en caso de que decidamos tomar tereré. Lxs fundamentalistas del mate dirán que todo ingrediente extra que no sea yerba es una abominación, pero yo les contestaré sin titubear que los placeres no tienen por qué obedecer a decálogos.

Con lo tradicional, sin embargo, sucede siempre lo mismo y es por eso que en Google existen listas interminables de qué se puede hacer y qué no a la hora de tomar un mate, así como descripciones detalladas de cómo se prepara el mejor y más tradicional. Si de origen se tratara, entonces, deberíamos tomar el mate sin bombilla y con los dientes cerrados para poder filtrar la yerba o, incluso, llamarlo de otra forma, ya que “mate” es una palabra de origen quechua que lxs europexs usaron para nombrar esta gran creación guaraní.

Mate

Durante mis años viviendo en Estados Unidos, me preguntaban muy seguido: “What is something typical from Argentina?” Como contestar algo que generara polémica no era un lujo que mis habilidades lingüísticas y yo pudiéramos darnos en ese momento, respondía que el mate, esa especie de té que se toma con bombilla y que, claro, sí, Messi siempre lleva con él en las fotos. Del otro lado, mi respuesta era siempre recibida con calidez porque eso era exactamente lo que en Wikipedia decía sobre mi país y además, porque qué cosa tan pintoresca –o “étnica”– ese vasito con bombilla, ¿no?

Aunque los estereotipos son enemigos férreos de quienes habitamos la disidencia, a veces es necesario amigarse con ellos y entender por qué están ahí, quién los puso y cómo podemos revisarlos en su contexto histórico. Y eso es exactamente lo que hice durante largas mateadas solitarias contemplando la blancura no solo del paisaje, sino también de la gente que me rodeaba. De a poco, me di cuenta de que el mate era efectivamente lo más representativo de las personas y del lugar de donde yo venía.

Tomo un mate y luego existo no porque se trate de una pócima que después de recorrer mi tracto digestivo me da la posibilidad de ser en el mundo. Es más, breve clase de español acá: “luego”, en la famosa frase de Descartes, significaba “en consecuencia” y no lo que hoy significa para nosotrxs. Yo tomo un mate en pleno siglo XXI al igual que lo hacen sus inventorxs, lxs guaraníes, desde antes de la invasión europea y como lo hacían negrxs y criollxs, durante las gestas revolucionarias.

Es más representativo que cualquier otro de los trillados símbolos patrios que fueron elegidos a dedo para el diseño de este estado-nación a imagen y semejanza de las grandes naciones europeas. Es quizás lo único que tenemos en común empobrecidxs y poderosxs, de piel blanca, negra o marrón, de la Patagonia hasta Jujuy y al otro lado de las fronteras también.

Lo tomamos y en ese acto, coexistimos múltiples grupos generacionales y étnicos porque es precisamente en ese recipiente chiquito donde se da la conjugación de nuestras identidades –conjugación que, por supuesto, como toda nuestra historia no estuvo exenta de luchas y resistencias–. Claro está que muchxs tomamos mate para embestir el destierro, como en mi caso, pero también para embestir la jornada, el frío y los trabajos prácticos, las conversaciones difíciles y la miseria de las alacenas vacías. Tomamos mate no solo para existir, sino también para resistir y su sola existencia es, en mi opinión, una forma de resistencia.