Soy Caro, fundadora de Lebensprojekt
Desde muy chica, mi vida giró en torno a los idiomas y la educación. Di mi primera clase a los 14 años a los más pequeños en la escuelita de inglés de mi pueblo —un lugar de apenas 800 personas en la provincia de Santa Fe, Argentina— y desde ese momento enseñar ha sido parte de mi camino. Mi madre, también docente, siempre me animó a estudiar idiomas, viajar y abrirme al mundo. Y tenía razón: los idiomas no solo me abrieron muchas puertas, también me dieron puentes para conectar con personas y culturas muy distintas. Una de ellas, mi pareja Sebastian, y su familia alemana.

Mi camino siguió con años de estudio, hasta que llegó mi primer viaje al extranjero. Viví en Londres con una familia inglesa y por primera vez pude poner en práctica el idioma en un contexto real, cotidiano, lleno de matices. Más adelante, me mudé a Córdoba para estudiar en la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional. Fue allí donde mi curiosidad por aprender se expandió hacia un nuevo idioma.
Vivía cerca del Goethe-Institut, así que me anoté a mi primer curso de alemán. Todavía recuerdo ese primer día: llegué unos minutos tarde y la profesora había escrito “Deutschland” en el pizarrón. Pensé: “¿Qué significará eso?” Años más tarde Alemania se volvería mi hogar y el alemán una parte esencial en mi vida.
Esa historia me llevó a mudarme a Múnich para trabajar y estudiar. Al principio no fue fácil. El dialecto bávaro, las dificultades para integrarme, el miedo a equivocarme… lo que en casa era simple, en el nuevo país se volvió complejo. Pero después de muchísimas clases, esfuerzo y paciencia, empecé a encontrar la forma de comunicarme.
Mi camino siguió con años de estudio, hasta que llegó mi primer viaje al extranjero. Viví en Londres con una familia inglesa y por primera vez pude poner en práctica el idioma en un contexto real, cotidiano, lleno de matices. Más adelante, me mudé a Córdoba para estudiar en la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional. Fue allí donde mi curiosidad por aprender se expandió hacia un nuevo idioma.
Vivía cerca del Goethe-Institut, así que me anoté a mi primer curso de alemán. Todavía recuerdo ese primer día: llegué unos minutos tarde y la profesora había escrito “Deutschland” en el pizarrón. Pensé: “¿Qué significará eso?” Años más tarde Alemania se volvería mi hogar y el alemán una parte esencial en mi vida.
Esa historia me llevó a mudarme a Múnich para trabajar y estudiar. Al principio no fue fácil. El dialecto bávaro, las dificultades para integrarme, el miedo a equivocarme… lo que en casa era simple, en el nuevo país se volvió complejo. Pero después de muchísimas clases, esfuerzo y paciencia, empecé a encontrar la forma de comunicarme.
Al volver a Argentina, volqué toda esa experiencia en mi trabajo como docente y comencé a acompañar a muchas personas que querían mudarse al extranjero para estudiar, trabajar o vivir una experiencia nueva. Por mi casita de Ciudad Universitaria pasaron muchísimos estudiantes con historias hermosas, miedos muy humanos y grandes sueños.
Como a ellos, la curiosidad volvió a tocar mi puerta, y me mudé a Berlín. Esta vez dejé la docencia por un tiempo y probé otros caminos laborales. Gracias al alemán, se me abrieron muchas oportunidades. Sin embargo, algo dentro de mí seguía encendido: ver a tantas personas vivir en Alemania sin poder comunicarse, con frustración, repitiendo reglas que no sabían aplicar, creyendo que el alemán era imposible me tocaba profundamente.
Al mismo tiempo conocí a Sebastian, mi pareja, y me integré en su entorno familiar. A pesar de llevar años estudiando, comunicarme 100% en alemán en una mesa familiar fue todo un desafío. Me llevó tiempo lograr expresarme con naturalidad y, sobre todo, transmitir quién soy, mi formal real de hablar, de contar historias y mi humor.
Al volver a Argentina, volqué toda esa experiencia en mi trabajo como docente y comencé a acompañar a muchas personas que querían mudarse al extranjero para estudiar, trabajar o vivir una experiencia nueva. Por mi casita de Ciudad Universitaria pasaron muchísimos estudiantes con historias hermosas, miedos muy humanos y grandes sueños.
Como a ellos, la curiosidad volvió a tocar mi puerta, y me mudé a Berlín. Esta vez dejé la docencia por un tiempo y probé otros caminos laborales. Gracias al alemán, se me abrieron muchas oportunidades. Sin embargo, algo dentro de mí seguía encendido: ver a tantas personas vivir en Alemania sin poder comunicarse, con frustración, repitiendo reglas que no sabían aplicar, creyendo que el alemán era imposible me tocaba profundamente.
Al mismo tiempo conocí a Sebastian, mi pareja, y me integré en su entorno familiar. A pesar de llevar años estudiando, comunicarme 100% en alemán en una mesa familiar fue todo un desafío. Me llevó tiempo lograr expresarme con naturalidad y, sobre todo, transmitir quién soy, mi formal real de hablar, de contar historias y mi humor.

Y así nació Lebensprojekt, que en alemán significa “proyecto de vida”. Un nombre que resume exactamente lo que para mí significa este camino: no solo aprender una lengua, sino construir un hogar, integrarse, formar parte. Es el resultado de años de estudio, viajes, vínculos que se convirtieron en familia, y una búsqueda profunda: ayudar a otras personas a no quedarse afuera por no hablar el idioma.
Hoy en día no concibo mi vida sin estar creando materiales, pensando en clases, diseñando estrategias para que más personas hispanohablantes pasen del “no puedo hablar alemán” al “pude hablar con mi suegra/o”, o “fui al Finanzamt sin miedo”. Me dedico horas a pensar en cómo ayudar a cada estudiante que llega a mis cursos a recuperar su confianza, a organizar su aprendizaje, y a usar el idioma para habitar su vida en otro país con más seguridad y autoestima.
Porque como me dijo una estudiante una vez: “Quiero dejar de vivir en una burbuja por no hablar el idioma. Siento que hay un mundo ahí afuera que me estoy perdiendo. Y quiero ser parte de él.”
Y ese deseo es el que me moviliza cada día.
Gracias por estar aquí. Me emociona mucho acompañarte.

