Luego, tomé la decisión de mudarme a Berlín, donde conocí a personas con historias increíbles que usaban el idioma para construir puentes entre sus vidas y sus metas. Conocí a mi pareja, Sebastian, de Alemania, y experimenté la realidad de ser parte de una familia y un círculo social en el que el idioma es clave para conectar. Empecé a ver la frustración de quienes, por no poder comunicarse, perdían momentos y conexiones valiosas. Esa experiencia me hizo entender el poder transformador de los idiomas y la necesidad de un enfoque que trascienda los libros y se enfoque en la vida real. Hoy en día vivimos en Praga, República Checa, y soy consciente de la vulnerabilidad que genera no hablar el idioma local.