Tomo un mate, luego existo

Tomo un mate, luego existo

*por Alba Fernández

¿Qué tiene de especial esa “cosa rara” que toman lxs argentinxs?

Junto con el dulce de leche y el tango, el mate forma parte del starter pack para ser unx verdaderx argentinx y si bien el país del fin del mundo no puede reclamar su autoría ni mucho menos su custodia, ocho de cada diez argentinxs aseguran tomarlo de manera frecuente.

Suena la alarma por tercera vez y me levanto. Entredormida, voy directo a la cocina para poner la pava al fuego. Aunque la clásica de metal viene perdiendo terreno frente a la eléctrica, en casi todos los hogares donde se toma mate, hay una pava. Es más: en países como Argentina, la pava eléctrica tiene un dibujito de un mate entre sus opciones de temperatura (no vaya a ser que alguien cometa el terrible error de hervir el agua o de sacarla y ponerla en el termo antes de tiempo).

Me cebo el primer mate y es recién entonces que puedo abrir la computadora y empezar a trabajar. Antes, no. Sería imposible no solo por la necesidad que tiene mi cerebro de consumir cafeína –o mateína para algunxs–, sino porque ¿de qué otra manera es posible inaugurar la jornada si no es a partir de ese primer sorbo? En realidad, no importa la hora del día que sea porque tomar un mate está siempre permitido, pero hay algo de especial en el primero de la ronda, ya sea esta compartida o individual: es un ritual de apertura.

Por ejemplo, hay quienes dirán que se debe a nuestra impuntualidad latinoamericana, pero en reuniones y clases entre argentinxs, el comienzo se da únicamente después de la entrada triunfal del termo humeante a la sala por lo que todo retraso queda debidamente justificado. O en una conversación de a dos, el primer mate concede el permiso de preguntarle a la otra persona: “che, y vos, en serio, ¿cómo estás?” Antes de eso, se habla de puras cosas banales como el frío o el precio de la yerba que subió de nuevo.

Durante mis años viviendo en Estados Unidos, me preguntaban muy seguido: “What is something typical from Argentina?” Como contestar algo que generara polémica no era un lujo que mis habilidades lingüísticas y yo pudiéramos darnos en ese momento, respondía que el mate, esa especie de té que se toma con bombilla y que, claro, sí, Messi siempre lleva con él en las fotos. Del otro lado, mi respuesta era siempre recibida con calidez porque eso era exactamente lo que en Wikipedia decía sobre mi país y además, porque qué cosa tan pintoresca –o “étnica”– ese vasito con bombilla, ¿no?

Termo, mate, bombilla, yerba –pronúnciese con acento rioplatense—y hierbas –he aquí la razón–. Todo listo. Ah, casi me olvido: azúcar, edulcorante, miel, cascaritas de naranja, leche, café, jengibre, limón o hielo en caso de que decidamos tomar tereré. Lxs fundamentalistas del mate dirán que todo ingrediente extra que no sea yerba es una abominación, pero yo les contestaré sin titubear que los placeres no tienen por qué obedecer a decálogos.

Con lo tradicional, sin embargo, sucede siempre lo mismo y es por eso que en Google existen listas interminables de qué se puede hacer y qué no a la hora de tomar un mate, así como descripciones detalladas de cómo se prepara el mejor y más tradicional. Si de origen se tratara, entonces, deberíamos tomar el mate sin bombilla y con los dientes cerrados para poder filtrar la yerba o, incluso, llamarlo de otra forma, ya que “mate” es una palabra de origen quechua que lxs europexs usaron para nombrar esta gran creación guaraní.

Mate

Durante mis años viviendo en Estados Unidos, me preguntaban muy seguido: “What is something typical from Argentina?” Como contestar algo que generara polémica no era un lujo que mis habilidades lingüísticas y yo pudiéramos darnos en ese momento, respondía que el mate, esa especie de té que se toma con bombilla y que, claro, sí, Messi siempre lleva con él en las fotos. Del otro lado, mi respuesta era siempre recibida con calidez porque eso era exactamente lo que en Wikipedia decía sobre mi país y además, porque qué cosa tan pintoresca –o “étnica”– ese vasito con bombilla, ¿no?

Aunque los estereotipos son enemigos férreos de quienes habitamos la disidencia, a veces es necesario amigarse con ellos y entender por qué están ahí, quién los puso y cómo podemos revisarlos en su contexto histórico. Y eso es exactamente lo que hice durante largas mateadas solitarias contemplando la blancura no solo del paisaje, sino también de la gente que me rodeaba. De a poco, me di cuenta de que el mate era efectivamente lo más representativo de las personas y del lugar de donde yo venía.

Tomo un mate y luego existo no porque se trate de una pócima que después de recorrer mi tracto digestivo me da la posibilidad de ser en el mundo. Es más, breve clase de español acá: “luego”, en la famosa frase de Descartes, significaba “en consecuencia” y no lo que hoy significa para nosotrxs. Yo tomo un mate en pleno siglo XXI al igual que lo hacen sus inventorxs, lxs guaraníes, desde antes de la invasión europea y como lo hacían negrxs y criollxs, durante las gestas revolucionarias.

Es más representativo que cualquier otro de los trillados símbolos patrios que fueron elegidos a dedo para el diseño de este estado-nación a imagen y semejanza de las grandes naciones europeas. Es quizás lo único que tenemos en común empobrecidxs y poderosxs, de piel blanca, negra o marrón, de la Patagonia hasta Jujuy y al otro lado de las fronteras también.

Lo tomamos y en ese acto, coexistimos múltiples grupos generacionales y étnicos porque es precisamente en ese recipiente chiquito donde se da la conjugación de nuestras identidades –conjugación que, por supuesto, como toda nuestra historia no estuvo exenta de luchas y resistencias–. Claro está que muchxs tomamos mate para embestir el destierro, como en mi caso, pero también para embestir la jornada, el frío y los trabajos prácticos, las conversaciones difíciles y la miseria de las alacenas vacías. Tomamos mate no solo para existir, sino también para resistir y su sola existencia es, en mi opinión, una forma de resistencia.